martes, 23 de septiembre de 2008

CUANDO TENGAS GANAS DE MORIRTE

CUANDO TENGAS GANAS DE MORIRTE
esconde la cabeza bajo la almohada
y cuenta cuatro mil borregos.
Quédate dos días sin comer
y verás que hermosa es la vida.
carne, frijoles, pan.
Quédate sin mujer: verás.

Cuando tengas ganas de morirte
no alborotes tanto: muérete
y ya.

Jaime Sabines.
op. cit. p. 190

¡QUÉ COSTUMBRE TAN SALVAJE...

¡QUÉ COSTUMBRE TAN SALVAJE esta de enterrar a los
muertos! ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la
faz de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles
la posibilidad de revivir.
Yo siempre estoy esperando que los muertos se levan-
ten, que rompan el ataúd y digan alegremente ¿por qué
lloras?
Por eso me sobrecoje el entierro. Aseguran las tapas de
la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego
tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones,
polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas,
de aquí ya no sales.
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los
besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterra-
ron? ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta
que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué
no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?
Habría que tener una casa de reposo para los muertos,
ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo
menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.
Jaime Sabines.
op. cit. pp. 188-189

martes, 16 de septiembre de 2008

EL DIABLO Y YO NOS ENTENDEMOS.

EL DIABLO Y YO NOS ENTENDEMOS
como dos viejos amigos.
A veces se hace mi sombra,
va a todas partes conmigo.
Se me trepa a la nariz
y me la muerde
y la quiebra con sus dientes finos.
Cuando estoy en la ventana
me dice ¡brinca!
detrás del oído.
Aquí en la cama se acuesta
a mis pies como un niño
y me ilumina el insomnio
con luces de artificio.
Nunca se está quieto.
Anda como un maldito,
como un loco, adivinando
cosas que no me digo.
Quién sabe qué gotas pone
en mis ojos, que me miro
a veces cara de diablo
cuando estoy distraído.
De vez en cuando me toma
los dedos mientras escribo.
Es raro y simple. Parece
a veces arrepentido.
El pobre no sabe nada
de sí mismo.
Cuando soy santo me pongo
a murmurarle al oído
y lo mareo y me desquito.
Pero después de todo
somos amigos
y tiene una ternura como un membrillo
y se siente solo el pobrecito.

Jaime Sabines
op. cit. pp. 45 y 46

LA COJITA ESTÁ EMBARAZADA.

LA COJITA ESTÁ EMBARAZADA.
Se mueve trabajosamente,
pero qué dulce mirada
mira de frente.

Se le agrandaron los ojos
como si su niño
también le creciera en ellos
pequeño y limpio.
A veces se queda viendo
quién sabe qué cosas
que sus ojos blancos
se le vuelven rosas.

Anda entre toda la gente
trabajosamente.
No puede disimular,
pero, a punto de llorar,
la cojita, de repente,
se mira el vientre
y ríe. Y ríe la gente.

La cojita embarazada
ahorita está en su balcón
y yo creo que se alegra
cantándose una canción:
"cojita del pie derecho
y también del corazón".

Jaime Sabines.
op. cit. pp 44 y 45

martes, 5 de agosto de 2008

TU NOMBRE

Trato de escribir en la oscuridad tu nombre. Trato de es-
cribir que te amo. Trato de decir a oscuras esto. No
quiero que nadie se entere, que nadie me mire a las tres
de la mañana paseando de un lado a otro de la estancia,
loco, lleno de ti, enamorado. Iluminado, ciego, lleno de
ti, derramándote. Digo tu nombre con todo el silencio
de la noche, lo grita mi corazón amordazado. repito tu
nombre, vuelvo a decirlo, lo digo incansablemente, y es-
toy seguro que habrá de amanecer.
Jaime Sabines.
op. cit. p. 267

VEREMOS

Veremos el cometa Kohoutec estos días. Calculan los as-
trónomos que volverá a ser visto dentro de cincuenta
mil años.
¿Entiendes mi arrebato? ¿No es una dávida generosa,
amada, amiga mía, tu presencia de hoy?

Jaime Sabines.

op. cit. p. 267

ME ENCANTA DIOS

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma
en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa
la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definiti-
vamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón
y bastante torpe de las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como
Buda, o Cristo, o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos
digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preo-
cupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se
traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pe-
queña, que el hombre se traga al hombre. Y por eso in-
ventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo-, la
vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang...
Pero ¿qué importa si el universo se expande intermina-
blemente o se contrae? Esto es un asunto sólo para
agencias de viajes.
A mí me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias
y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas.
Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que
ha hecho-frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias
mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con
sus soldaditos de plomo de carne y hueso, hace campos
de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, y mueve otra y hace el
bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan
las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, y
manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados,
aguas alevosas, castigos y desastres. Pero eso es mentira.
Es la tierra que cambia -se agita y crece- cuando Dios
se aleja.
Dios siempre está de buen humor, por eso es el preferido
de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cer-
cano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y
la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el
aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de
luz, el manantial que soy.
A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga
a Dios.


Jaime Sabines.

op. cit. pp 274-275

domingo, 8 de junio de 2008

Poemas de Sabines.

LA LUNA.

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

SABINES, Jaime.
Recuento de Poemas
1950-1993
Editorial Joaquín Mortiz, S.A. de C.V.
Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V.
Novena reimpresión: julio del 2000
p. 264.